martes, 14 de octubre de 2008






En nuestro jardín primero estuve dormida mil años,
-y mil años estuve muerta-
Y en mi agonía te veía, Altazor,
pero no podía tocarte.
Porque nada éramos -nada seremos-
ante esa oscuridad infinita.

Cuando me desperté, tomé lo que tenía,
y descalza me postré ante tu tumba.
Pero estaba vacía. Mis huesos y tus plumas,
estaban huecos por dentro.

Ni las voces primitivas supieron pronunciar tu nombre.

Porque no era la verdad la que gritaba.
Fue la belleza.

Porque no eran mis ojos ni mis espejos,
lo que tus ojos mostraban.



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